Por Felipe Mora
La barbarie y la sinrazón no quieren dar tregua en Haití, primer país en América
Latina que dejó de ser colonia, el primero de enero próximo se cumplen 221
años de proclamarse independiente del dominio francés.
Distintos sectores en República Dominicana han mostrado preocupación por la
situación allá. Se han escenificado masacres a escasa distancia de la línea
fronteriza.
Con nuestros vecinos más próximos, con los que compartimos una frontera de
391 kilómetros de largo, hay tantísimas cosas de por medio. Y en esto se dan
disparidades abismales. Las cosas que para nosotros pueden ser beneficiosas,
para ellos es todo lo contrario.
El gran dilema que tenemos con Haití no se resolverá enviando cada día a
cientos o miles de ilegales con destino al otro lado de la frontera. Están a la
vista de todos los muchos pesares que tenemos con los haitianos. Y como estado
fallido que es ese territorio, las soluciones se alejan cada día que pasa.
Muy a pesar de la desconfianza que muestran contra nosotros, en la parte oeste
de la isla siempre necesitarán de lo de aquí para poder desenvolverse.
Precariedades e inseguridad hay de sobra allá. Todo el mundo lo sabe. Las
tropas de Kenia, que atravesaron el Atlántico desde miles de kilómetros para
apaciguar formas, aún no arrancan con soluciones.
El camino más corto para que miles de haitianos tengan mejores horizontes está
de este lado de la frontera: oportunidades de trabajo, atención sanitaria,
educación para sus hijos, etc. Todas son ofertas para que en la frontera
perduren, muy a pesar de todos los esfuerzos, los famosos “peajes” y el
transporte ilegal a través de cuatro puestos oficiales de paso fronterizo, y más de
50 “clandestinos”.
Y hay una realidad: el muro fronterizo solo traerá soluciones a medias. Sin que
lo hayan concluido aún, ya se ven los resultados que arroja. La frontera siempre
ha tenido fama de vulnerable. El Cesfront no ha llenado las expectativas.
Empresarios y finqueros dominicanos sacan ventaja de los ilegales.
La élite y dirigencia haitianas han ido más allá de lo que son las oportunidades
que tienen sus compatriotas en la parte este. Apuestan a la desintegración de
República Dominicana como Estado organizado. Actuaciones,
pronunciamientos y hechos así lo demuestran.
De la frontera se ha escrito y hablado hasta lo inimaginable. Dejando de lado las
devastaciones de Osorio, en 1605 y 1606, esta fue tomando forma a partir del
año 1678, a través del tratado de Nimega, pasando por Ryswick en 1697;
Aranjuez en 1777, hasta Basilea en 1795. Todo un proceso de 117 años.
La invasión a la parte este de la isla, que fue posible hace 202 años, con la
superioridad militar de Haití en aquel entonces (con una entrega pacífica a los
invasores), ahora quieren hacerla de manera sutil, solapada, calculando los
tiempos, ocupando poco a poco los espacios que corresponden a los
dominicanos.
El elemento haitiano está presente en las mujeres parturientas que abarrotan
nuestros hospitales, en las escuelas públicas con miles de estudiantes hijos de
haitianos, en las construcciones públicas y privadas, predios agrícolas, en los
mercados formales e informales, en casas de familias como domésticas, en
medios de transporte, en centros turísticos, en compañías de guachimanes, y un
largo etcétera.
En Haití hay sectores que siempre buscan aprovechar hasta lo más nimio con tal
de sacar ventajas a costa de República Dominicana. En la confianza es que está
el peligro. Esta máxima la debemos tener sobreentendido.
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